Gira cafetera por Buenos Aires | Parte 1

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Mi paseo por la ciudad de Buenos Aires tuvo un poco de cada cosa, visitas guiadas, algunos eventos culturales, noches con amigos y amigos de mis amigos, caminatas sin un destino fijo, tardes de librería en Calle Corrientes, pero por sobre todo hubo mucho aroma a café.

Tiempo atrás leí en un paquete de café, que los olores provocan sensaciones o sentimientos a veces inexplicables y personalmente el del café, me pone de excelente humor.

Es una realidad que en la capital de nuestro país no faltan espacios donde compartir la pasión y el gusto por esta bebida, aunque admito que cada tanto hice una pasada por Starbucks, mi foco estaba puesto en adentrarme un poco en una idea porteña con la que me topé por casualidad: “los bares notables”. Una persona muy cercana me dijo, al comentarle sobre este tema, que la palabra “notable” le molesta tanto o más que la palabra “casero”. Hay que reconocer que, por momentos, el mundo de la publicidad abusa de ciertos adjetivos, tornando a los productos que representan un tanto pretenciosos o demasiado “in”.

Y después de todo, de qué se las trae un bar notable?

Actualmente la lista llega a 84 y se trata de locales emblemáticos de Buenos Aires elegidos por su aporte a la cultura popular. Muchos de ellos han sido nombrados como Patrimonio Histórico de la Ciudad por ser íconos de diferentes barrios porteños.

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Este bar fundado en 1894 (para los lentos en cálculos, como yo, esto fue hace mucho más de cien años) se ubica en plena Avenida de Mayo y me salvó de quedar completamente empapada durante mi primera tarde en Buenos Aires.

Mientras las placas de TN proclamaban un diluvio en la ciudad, yo me sentaba en una mesa de cara a la ventana con mi mini paraguas azul en una mano y mi libreta de anotaciones en la otra. El mozo dejó que me acomodara y se acercó con la carta, pocos minutos después ambos sabíamos el detalle del pedido: dos porciones de pizza con fainá y un exprimido de naranja.

Desde la ventana pude disfrutar de un sinnúmero de escenas… los que caminan rápido bajo la lluvia tapándose la cabeza con un diario, los que compraron el piloto de plástico transparente al vendedor de la esquina, el que no supo que su paraguas estaba averiado hasta que lo puso a prueba, los que se bajan del auto corriendo para llegar al techito más cercano en la vereda y los que, como yo, entran al bar en busca de refugio.

Decidí estudiar un poco el menú, solo por curiosidad. Observé en detalle el enorme espacio que ocupa el bar. Y anoté algunas cosas:

  1. El bar no cobra servicio de mesa. Quizás para muchos no es una novedad, pero en el país en el que resido actualmente el servicio de mesa ya viene incluido en la cuenta, por ende no hay escapatoria alguna.
  2. El menú no solo está disponible en español, inglés y portugués sino también en braile. Todo lo que sea inclusivo merece ser destacado.
  3. La bebida más barata en la carta es el sifón de soda. Sifón, sí, sifón. No vaso, ni botella.
  4. Federico García Lorca solía frecuentar el sitio, por lo que una de sus meriendas lleva su nombre. Trae tantos ítems que es para compartir y cuesta $230.
  5. Se considera al bar el centro de billar más importante del país, aunque cuenta también con mesas de pool y snooker. De hecho una de las mesas de snooker tiene 120 años.
  6. Para los fanáticos del pan dulce, la panadería del bar lo produce durante todo el año. Mi abuelo, por ejemplo, sería feliz de contar con algo así a la vuelta de la esquina.

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